27 de abril de 2012
El infierno tras su mirada... Capítulo 2
EL INFIERNO TRAS SU MIRADA
CAPÍTULO 2
DISCLAIMER: Los personajes pertenecen a S. Meyer y la historia es de mi autoría.
AVISOS PREVIOS: Escenas explícitas de; Violencia, violación, lenguaje adulto, perversión, maltratos… y derivados.
N/A: Este fic será oscuro y verdaderamente crudo. Para mí es simplemente es una historia más de las que rondan en mi cabeza, pero si a alguien le afecta en mayor medida todo lo anteriormente mencionado le aconsejo que se retire antes de siquiera comenzar. AVISO porque NO quiero RECLAMOS ¿OK?
***
― ¡A trabajar perras! ¡Vamos, vamos, vamos! ¡Apresúrense si
no quieren castigo! ―se oyó gritar justo a las afueras de donde ella se
encontraba.
No se sobresaltó. No se inmutó. No nada.
Lentamente apoyó el trapo –ahora humedecido con agua ya
fría- en el ardor de su vagina e hizo una leve mueca ante el contacto para
luego, tras un temblorosos suspiro, quitarlo y aventarlo con indiferencia al
tacho que había a su lado donde el agua ya estaba roja de tanto lavado.
Siseó y aguantó unos segundos la respiración al pararse ya
que sus piernas temblaban y una letanía de punzantes dolores le recorrió de la
cabeza a los pies.
Una vez más levantó aquel escudo que erguía cada día y
bloqueó el dolor para afrontar lo que ahora le tocaba hacer. Su rutina.
Con deliberada parsimonia caminó hasta el destartalo metal
que hacía de bastón para sostener las perchas y tomó su traje para ponérselo.
Prenda por prenda fue colocándose despacio, midiendo como siempre el tener la
imagen esperada.
Medias de red blancas con encaje al muslo, sujetadas por un
portaligas de igual color. No tanga. La falda de tablitas cuadrillé rojo y
negro era la típica que se veía en alguna novela adolescente donde los
protagonistas son niños ricos enviados a prestigiosas escuelas católicas, vaya
ironía. El corpiño estilo deportivo
también de red blanca simulando algo angelical que por supuesto no era, corpiño
que dejaba estratégicamente sus pezones rosados al aire, suaves pero ya marcados,
para luego cubrirse con una camisa de mangas tres cuartos que en realidad no
era tal ya que no tenía frente. No, esta tan solo contaba con la espalda, el
cuello alto para pasar la pequeña corbata y, en el frente, tan solo los lados
que no cubrían para nada sus tiernos y jóvenes pechos envueltos en red pero sí
tenían un sobrante de tela a cada lado para poder anudarla justo bajo el busto,
justo para que los irguiera aun más.
Tomó con suavidad su cabello y lo ató como siempre en dos
coletas altas.
Sí, era hora del show… una vez más.
Ella cerró su mente al baile bizarro que hizo, a los rostros
lujuriosos y podridos de su muy entusiasmado público, a las manos grasientas y duras que le
sobaban, apretaban y golpeaban el culo o sus pechos mientras, tras el baile, le
tocaba servir las mesas como al resto de las chicas que no estaban en turnos… Y
por sobre todo, ella bloqueó completamente su mente al asco, el dolor, el odio
y la lástima hacia sí misma cuando dos de sus clientes nocturnos hicieron uso y
desuso de su cuerpo.
Sí, la pequeña rayita de coca que había logrado esnifar
previo al baile había hecho maravillas con su memoria y sensibilidad corporal.
A veces, solo a veces, aquella pequeña ‘azúcar mágica’ era
más que bienvenida en su sistema.
En realidad ella odiaba perderse así, sin saber que demonios
podría ocurrir con ella, odiando no ser plenamente responsable de sus
facultades pero, también reconocía, que de vez en cuando le era absolutamente
necesario. Necesario para aguantar, para subsistir. De eso iba todo en aquel
lugar. Vivir un día más, una hora, unos segundos… Eso era todo, subsistir.
.
.
Hacía ya cuatro años que había caído en aquel lugar y dos en
los que ya nada la sorprendía. Nada. Hasta ese día.
La pequeña Jane llegó corriendo hacia ella presa de un
cúmulo de sensaciones de lo más diversificadas. Ella era presa de la emoción,
el miedo, el dolor, la pérdida… de todo; y quizás fuera por todo eso que le
resultaba tan difícil encontrar las palabras para expresar lo que pasaba por su
caótica mente.
―Isa… ¡Ish! Yo tengo… ¡Él! ¡Él ha encontrado!... Me ha dicho…
¡Tú!... Tienes que venir… ¡Tienes qué! Apresúrate. Oh, espero que sea, que sea…
¡Vamos! ―gritaba descontrolada.
Isabella optó por no preguntar más ya que era obvio que la
chiquilla estaba evidentemente nerviosa y cualquier cosa que dijera resultaría
inentendible, así que, con paso cansino –porque el cuerpo le pedía un descanso
desde hacía rato pero que aún no se había podido dar el lujo de tomar- hacia la
puerta del despacho donde él, su jefe, se encontraba.
Unos suaves golpes en la puerta, anunciándolas, y tres
segundos después, esta se abría mostrándolo con aquella sonrisa cruel que tan
bien conocían y que tan bien lo caracterizaba.
Sí, aquel hombre tenía aquella sonrisa cruel y cínica que
anunciaba con todas las letras ‘algo
bueno para él, algo muy malo para otro’ pero, no solo era eso…
En esta ocasión su mirada era una demencial, una que decía a
leguas que algo sería muy, muy malo para alguien. Y, estaba más que segura de
que ese alguien era ella, porque de ser de otra manera ¿por qué se encontraría
ella allí?
Con un temor irracional y creciente en su pecho ella pasó y
paró en seco a unos cuantos pasos ya dentro, justo en el momento en el que notó
que había alguien más en aquella horrible habitación. Una persona que nunca
había visto. Otro hombre. Un hombre que estaba sentado en aquella silla mullida
frente al escritorio tan cómodamente como si estuviera en una de las mejores oficinas;
un hombre sentado en la clara silla de ‘cliente’.
Como acto reflejo ella se quedó estática en el lugar, a unos
tres pasos por detrás de él. Sin embargo… sin embargo eso no sirvió de nada
cuando se vio salvajemente empujada hacia delante con un golpe en su espalda.
―Vaya… Ahora entiendo tu renuencia a presentármela Cayo, sin
dudas es muy bonita ¿Sabías que me gustaría verdad pequeño mentiroso? ―dijo el
hombre a su jefe mientras la estudiaba a ella con ojos inquisidores,
evaluativos.
Un gruñido provino desde su espalda.
El hombre había tenido razón. A Cayo no le agradaba la idea
de enseñársela, ella era su joya, y no quería riesgos de que se la quitaran.
Por eso mismo casi mata a Victoria cuando dijo como si nada que la maldita
mocosa de Jane no era la única infante del lugar. Esa perra se las pagaría
luego, pero ahora, ahora tenía que ver que demonios hacer para evitar lo que
veía iba a suceder.
―No Carslile, claro que no, es solo que tú pediste una niña
y si era virgen mejor y la tengo ¿Ves? Esta mocosa tiene doce apenas y todavía
es virgen, la he mantenido intacta hasta que se le formara un poco algo para
ver el mejor postor pero justamente ayer le avisé que ya le estaba buscando
cliente ¿No es cierto mocosa? ―dijo él zarandeando a la niña a quien le
temblaba ligeramente el cuerpo.
Obviamente su sola visión daba pena, toda sollozante y
muerta de miedo, temblando como una hoja mientras ambos hombres ni siquiera se
molestaban en mirarla, decidiendo de forma fría y calculadora lo más próximo de
su destino.
Isabella en cambio miraba todo atentamente. Obviamente
también tenía miedo, pero con el paso del tiempo había podido ir controlando
sus reacciones a tal punto de que casi parecía apática. Ella miraba las
miradas, los movimientos involuntarios, los tics que querían esconder, las emociones
que se comenzaban a respirar en el ambiente. Y las que prevalecían hasta ahora
no le gustaban nada. La lujuria y la codicia hacían competencia por el primer
puesto pero, había más, mucho más. Isabella jamás pensó que Cayo mostrara
preocupación y respeto ante alguien que claramente parecía muy similar al tipo
de alimaña que él era, siempre él se había revestido de absoluta petulancia,
dispuesto a la lucha y demostrando más cojones de los que en realidad tenía solo
para infringir el miedo en su oponente, y ganar su respeto en base a él. Pero
en este caso, con este tal ‘Carslile’ –si es que en verdad era su nombre- todo
era distinto, ella incluso podía llegar a asegurar que cayo… le temía… ¿Por
qué? ¿Quién demonios era este tipo? Ella nunca lo había visto por allí ni en
ninguna fiesta privada que a veces Cayo organizaba para sus clientes más
fieles. No, jamás lo había visto ¿Entonces? ¿De dónde rayos había salido? ¿Por
qué tenía tanta importancia su palabra?
―Ay Cayo, Cayo… no puedo entender como demonios haces para
mantener en pie este negocio cuando se nota a leguas cuando mientes ―dijo el
hombre apoyando el codo en el reposabrazos y su mentón en la palma―, además
claro está de que esto se ha convertido claramente en una gran ratonera… Este
lugar es un asco ―sentenció mirándolo y endureciendo la mirada al final. Una
sentencia, así se sintió aquello.
―Pues me va muy bien y…
―Silencio ―le cortó el otro―. No me interesan tus excusas,
vine a conseguir algo y es lo que haré… Y, para que veas que tan buen hermano
soy haré lo siguiente; te pagaré el doble de lo que vale la mocosa por tomar su
virginidad y un fin de semana con ella para divertirme y… mmm… Esta morena me
interesa, la tienes en verdad muy descuidada pero aun vale la pena y, ya que
demostraste tanta reserva con ella estoy seguro que debe ser bastante buena en
lo que hace ¿Verdad? ―lo miró especulativamente―… Sí, ya veo… Bueno, a ella la
quiero probar ahora y a la pequeña me la llevaré conmigo cuando termine con
esta pero… Te lo advierto Cayo, si la morena me gusta me la llevaré conmigo
―dijo en tono bajo saboreando la reacción de su ‘hermano’.
Finalmente el jefe de aquel lugar explotó.
― ¡No, eso sí que no! Fóllate cuanto quieras, es gratis si
quieres pero ella no se va… deja demasiados buenos ingresos como para perderla
y…
― ¡Silencio! ―gritó Carslile poniéndose de pie de un salto.
Las chicas asustadas se corrieron de en medio. Sabían que no
debían huir, pero tampoco querían estar en el camino de algún puño suelto si
comenzaban a pelear.
Isabella pudo observar que el hombre era alto, de cabellos
rubios, un tono más oscuro que su jefe y con unos ojos dorados que impactaban.
Tenía presencia y don de mando, eso era evidente por como calló a quien nunca
había visto callar.
―Tú. Harás. Lo que yo… Quiera ¿Está claro? Y no te muestres
como un chiquillo caprichoso, crece de una maldita vez, no creo que a nuestro
padre le guste saber lo bajo que ha caído su negocio ¿Verdad? Tienes hasta la
suerte de que me haya mandado a mí a ver en su lugar ―negó con la cabeza
divertido―. Tranquilo hermanito, no diré la pocilga que es esto, y como dije,
hasta te pagaré el doble por la mocosa… pero, tu arrebato me ha cabreado así
que he decidido llevarme a la morena conmigo, ya tendré tiempo de sobre para
degustar esos encantos por los que tanto has peleado por mantener. Y no quiero
escándalos ¿Me escuchaste? Un solo grito, un solo NO que me digas y haré que mi
gente te destroce el lugar ―sonrió con malicia, una malicia que obviamente era
genética, una maldad que helaba la sangre―… No me tientes Cayo, ya sabes muy
bien lo que es meterse conmigo ―susurró al final.
Cayo tan solo lo miró con los ojos llameantes de ira apenas
contenida e Isabella tan solo tuvo un firme y persistente pensamiento… Esto no
iba a ser nada agradable.
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:o No me acostumbro a ver a mis personajes "buenos" en roles de "malos"... Muy buen capítulo!!
ResponderEliminar¿de verdad Carlisle es tan o más malo que Cayo?, si es así de verdad no me lo esperaba, pero la variedad es buena
ResponderEliminarcariños. sandra
Hola pobre bella no sale de una para meterse en otra pero ojala que ahora con carlisle le vaya mejor yo sé se vale soñar en fin me gusto que alguien ponga en su lugar a ese asqueroso de cayo en espera del siguiente capi
ResponderEliminarsaludos y abrazos desde méxico
buau... que bueno que esta y que malvados Cayo y Carlisle
ResponderEliminaroh carlisle de malo eso no me lo esperaba y hermano de cayo, joder ya quiero leer mas, bueno bells creo que aun no llega tu suerte nena!!!!
ResponderEliminarEs refrescante el cambio de carácter en los personajes... Este Carlisle me tiene X/
ResponderEliminarTemas crudos, me conmueve demasiado...
Pero en veces necesarios...