4 de abril de 2012

ELLA Y ELLOS... Un placentero cruce de destinos... Cap 3


DISCLAIMER: Todos los personajes pertenecen a S. Meyer y la historia es el resultado de la suma de nuestras dos mentes completamente perversas y locas...

SUMARY: Un viaje de negocios se convierte prontamente en el más placentero encuentro sexual entre Bella y tres perfectos desconocidos, apareciendo y desapareciendo de sus vidas como por arte de magia... Hasta que vuelven a encontrarse. MUY HOT. AU. OOC.

ELLAS Y ELLOS...Un placentero cruce de destinos
El primero fue Edward: sexo dominante y pasión desbordada,
el segundo fue Emmet: caliente y sensual,
el tercero fue Jasper: dulce y sexy...
Solo el destino pudo haber planeado algo más allá,
algo que ninguno hubiera pensado jamás...
Algo que nunca ninguno iba a olvidar.

JASPER POV

Nunca me han gustado los aeropuertos y a pesar de ello soy agente de banca y mi trabajo consiste en viajar de un lado al otro del mundo haciendo consultorías en todas las oficinas que mi empresa tiene repartidas a lo largo del globo terráqueo, se puede decir que me quedan pocos países por conocer, y escasos idiomas que aprender, pero a pesar de todo ello siento que me falta mucho por vivir porque me estoy perdiendo placeres que la vida me ofrece y que mi trabajo eclipsa.
Hace bastante tiempo que no tengo pareja estable, creo que no he llegado a tenerla nunca, tampoco soy mucho de relaciones esporádicas, quizás algún escarceo de vez en cuando aprovechando las estancias cortas en algún lugar perdido del mundo, pero nada digno de mención ni de recuerdo.
Tengo treinta cuatro años y mi madre me dice que ya va siendo hora de que siente la cabeza, que la vida es algo más que trabajar y ganar dinero, que a ella le gustaría tener nietos alguna vez y ya le queda poco tiempo de vida para disfrutarlos, pero mi vida es esta, es la que yo he elegido, y a veces pienso que no se hacer otra cosa más que trabajar...
Aquí estoy en el aeropuerto JFK de Nueva York esperando el vuelo previsto para dentro de dos horas a Chicago. Tenemos un problema con nuestras oficinas allí y es necesaria mi presencia de inmediato, así es mi vida, mi jefe me avisa de un día para otro y yo siempre tengo mi pequeña bolsa de viaje lista para salir corriendo, gano más dinero del que puedo gastar, pero a veces me pregunto si realmente vale la pena vivir en una jaula de oro. Porque así es como me siento, cautivo dentro de una cárcel de riquezas y completamente solo, ni siquiera tengo plantas en mi lujoso apartamento, porque todas acaban muriéndose por falta de agua, y no hablemos de una mascota, eso es ya una misión imposible para mí...
Llevo un rato ojeando los informes que mi jefe me dio antes de salir de Nueva York donde detalla todos los errores de funcionamiento que están teniendo lugar en las oficinas de Chicago, me gusta estudiar a fondo todas las anomalías para poder comenzar a solucionarlas según llego a mi lugar de destino. Enfrascado como estaba en la lectura fue cuando escuché una voz que sonaba dulce y melodiosa -a pesar de estar evidentemente enfadada-, justo enfrente de mi, no quise parecer cotilla pero no pude evitar escuchar lo que ella hablaba por su teléfono móvil mientras yo disimulaba que leía mi informe, a pesar de que ya llevaba un buen rato sin hacer caso a nada de lo que allí decía, solo escuchaba la voz de esa mujer que, sin saber exactamente cómo, ni porqué, me había cautivado.
―Ya te he dicho que no me grites ―le decía ella al teléfono mientras caminaba a un lado y a otro. Se veía nerviosa, sus hombros estaban tensos y la mano que tenía libre estaba cerrada en un puño, como si quisiese golpear con fuerza a la persona que tenía al otro lado de la línea telefónica.
Me permití levantar levemente mi cara, aprovechando que ella se había dado la vuelta y estaba de espaldas a mi, para observar con detenimiento a la dueña de esa preciosa voz que hasta enfadada sonaba como los ángeles.
Era de estatura media y, a pesar de estar de espaldas pude apreciar que tenía un cuerpo bien definido, con las curvas justas para volver loco a un hombre, su pelo largo y castaño estaba sujeto en una coleta alta que dejaba a la vista un delicado pañuelo de seda verde anudado alrededor de su cuello. Vestía unos pantalones vaqueros, una camiseta blanca, y unas deportivas azules. Informal pero sexy. Los vaqueros remarcaban su prefecto trasero redondo y firme, que mientras lo miraba me hizo sentir un extraño cosquilleo en mis manos por desear tocar ese perfecto culo para averiguar si era tan firme y rico como parecía.
Se giró y yo disimulé que prestaba más atención a mis papeles que a ella, aunque seguí mirándola como un voyeur sin que ella se diese cuenta. Si su espalda y culo eran perfectos, lo que vi cuando se dio la vuelta resultó ser explosivo. Esa morena era un pecado andante para cualquier hombre, su piel competía con la nieve en blancura, y apostaría que con la seda en suavidad, sus ojos eran de un increíble color marrón que se me asemejaba al café con leche cremoso, sus labios carnosos y sensuales se movían con rapidez mientras hablaba, y yo solo imaginaba como sabrían si los probase con mis besos.
Su camiseta blanca marcaba sus dos senos, que estaban bien proporcionados y resaltaban el resto de sus curvas con cierta elegancia y, el remate a ese cuerpo de infarto eran sus piernas, sus pantalones estrechos se adherían a ellas como si las abrazasen, y mi loca cabeza empezó a imaginar lo que sería recorrerlas con la punta de mi lengua, y la yema de mis dedos...
―Cuando llegue a Chicago hablamos ―escuché que le decía ella a su interlocutor, que por la manera de dirigirse a él y de hablarle imaginé que era un hombre, y me atrevería incluso a apostar que era algo más que un amigo. Un estúpido que no debía de haberse dado cuenta del tesoro de mujer que tenía -pensé mientras regresaba mi atención a mis papeles ya que ella había cortado la comunicación y no quería que me sorprendiese mirándola.
Disimuladamente seguí sus pasos dándome cuenta que iba hacia la cafetería. Esta vez no dejaría pasar por alto uno de los placeres que la vida me estaba brindando en bandeja de oro, recogí mis papeles guardándolos cuidadosamente dentro de mi maletín de cuero, respiré un par de veces con fuerza para serenar mis nervios, y mantener a raya mi deseo que de repente se sentía desbordado y sin control, demasiado tiempo contenido –pensé para mi mismo mientras con paso seguro me encaminaba yo también a la cafetería tras ella. No sabía que le iba a decir, ya se me ocurriría algo cuando llegase allí, mientras iba respirando para evitar ponerme a hiperventilar delante de ella.
Llegué a la cafetería y disimulé haciendo que buscaba un sitio libre, aunque en realidad a quien buscaba era a ella. La encontré sentada en una de las mesas que daban directamente a la pista de aterrizaje y despegue de los aviones -como a mí-, a ella parecía gustarle observar la actividad de los enormes pájaros de acero, como yo solía llamar a los aviones, mientras degustaba un delicioso capuchino sin nata, curioso que coincidamos en gustos –pensé mientras me sentaba justo en la mesa de al lado.
Mientras el camarero traía mi pedido yo pensaba en la manera de empezar a entablar conversación con ella, estaba un poco desentrenado en esto de flirtear con una mujer, pero afortunadamente no había olvidado las buenas maneras y costumbres, ante todo yo era un caballero… uno al que esta mujer le ponía caliente, pero caballero a fin de cuentas.
―Yo no sé usted, pero a mi cada vez me asustan más esos enormes aviones ―comencé a decirle a la morena, una vez que el camarero me sirvió el cappuccino, que como ella yo había pedido sin nata y con espuma, mientras intentaba sonar casual y no desesperado por volver a escuchar de nuevo el timbre de su voz -que era lo que más me apetecía en ese momento.
Ella me miró desconcertada durante unos instantes, como si hubiese estado sumida en profundos pensamientos y la interrupción por mi parte de ellos la hubiese sorprendido. Yo simplemente correspondí a su intensa mirada con una sonrisa mientras suplicaba internamente que no me ignorase antes de poder empezar a entablar una conversación civilizada con ella.
Mi corazón palpitaba tan fuerte dentro de mi pecho que estaba seguro ella podía oírlo. Los latidos cada vez se aceleraban más porque ella no dejaba de mirarme con esos ojos marrones tan maravillosos que estaban a punto de dejar mi capuchino a la altura del agua sucia.
―Lo siento, no quería molestarla ―le dije a modo de disculpa volviendo mi cara hacia los aviones, que en ese momento me parecían de lo más interesantes y necesarios para ocultar mi vergüenza, sentía que la cara me ardía, y nada tenía que ver la calefacción de la cafetería con ello.
Ella seguía sin hablarme, solo me miraba, y entendí que le debía de parecer de lo más patético "tocado, y hundido" -pensé para mi mismo mientras me golpeaba mentalmente por ser tan patético.
―Perdona, no quería hacerte sentir mal, soy yo la que se tiene que disculpar, estaba pensando en otra cosa ―por fin ella me habló, su voz sonó igual de maravillosa a como yo la recordaba, su sonrisa era tan preciosa que iluminaba el local, y yo me sentía muy especial porque me estuviese sonriendo y hablando a mi.
―Me llamo Jasper Whitlock ―me presenté extendiendo mi mano, que como estaba sentado justo en la mesa de al lado de ella, podía dármela sin problemas.
Su roce, tan lento, tan tenue. Su piel, tan cálida, tan suave. Todo ello provocó que un escalofrío intenso recorriese mi cuerpo de punta a punta, despertando aquellas partes que llevaban ya algún tiempo dormidas. No podía dejar de tocarla, pero tuve que obligarme a hacerlo para no parecer un tipo raro.
―Bella ―me contestó ella con simpleza apartando su mano de la mía una vez que correspondió a mi saludo.
Ahora el silencio se interpuso de nuevo entre nosotros, ella volvió su atención a la pista de aviones, y yo me tuve que esforzar por desviar mi atención de sus ojos, sus labios y su cuerpo –dulce tentación para mis sentidos-, pensé mientras centraba mi atención en mi cappuccino, y exprimía mi cerebro buscando otro tema de conversación.
― ¿Hacia dónde se dirige señor Whitlock? ―me preguntó ella rompiendo el silencio, y sorprendiéndome gratamente.
Quizás no le he parecido tan patético -pensé mientras miraba como abandonaba su asiento y ocupaba el que estaba justo a mi lado.
― ¿Le importa? ―me preguntó ella dudosa antes de sentarse, esos ojos me miraban con tanta dulzura, y esa sonrisa me parecía tan increíblemente hermosa, que hubiese sido de locos negarse.
―Por favor ―le contesté en seguida poniéndome en pie y separando ligeramente la silla para que ella se sentase, ante todo yo era un caballero, y parece que el detalle le agradó porque su sonrisa se hizo aún más hermosa de lo que ya era―. Pero prefiero que me llame Jasper y que me tutee ―añadí con la única intención de romper un poco más el hielo entre nosotros dejando a un lado los innecesarios formalismos.
―Acepto, si tu también me tuteas a mí ―me respondió ella sin dejar de sonreír mientras ocupaba la silla que estaba justo al lado de la mía.
―De acuerdo Bella ―respondí yo complacido―… y me dirijo a Chicago ―añadí contestando a su pregunta anterior, sus ojos se abrieron mostrando sorpresa, un detalle que no me pasó desapercibido, y que me agradó sobre manera.
―Que casualidad, yo también viajo hacia allí ―exclamó ella con sus ojos muy abiertos y la misma expresión de sorpresa reflejada en su cara.
― ¿De verdad? ¿En el vuelo A-326? ―le pregunté queriendo hacerme yo también el sorprendido a pesar de que ya sabía que se dirigía a Chicago. Lo había escuchado mientras hablaba por teléfono, detalle que prefería guardarme para no tener que admitir que había estado espiando su conversación, eso sería embarazoso, hacerse el tonto, a veces, es más efectivo -pensé mientras esperaba que ella respondiese a mi pregunta.
―No me digas que ese es también tu vuelo ―me dijo ella cada vez más sorprendida.
―Pues sí, esto debe de ser cosa del destino ―respondí yo con convencimiento provocando que ella acabase riendo a carcajadas, su risa era aún más espectacular que su sonrisa.
Comenzamos a hablar sobre nuestras vidas, trabajos, gustos, aficiones. Me enteré que la persona con la que momentos antes hablaba tan enfadada era su novio, parece que la relación entre ellos no iba todo lo bien que debería, ella estaba empezando a plantearse un cambio radical en su vida empezando por su novio, y yo estaba decidido a ser parte importante de ese cambio, empezando por ahora mismo.
Tan enfrascados estábamos en la conversación que nos sorprendió cuando escuchamos por los altavoces que anunciaban el embarque de nuestro vuelo, ya habían pasado las dos horas de espera y para mi era como si solo hubiesen pasado diez minutos.
Como embarcamos juntos, conseguimos también sentarnos juntos, estábamos en clase preferente, ella prefirió ocupar el asiento de la ventanilla y yo del pasillo justo en la última fila de nuestra clase que estaba separada de la clase turista, y de la primera clase, por cortinas oscuras de color verde.
El vuelo desde Nueva York hasta Chicago era de tres horas, y en este tiempo iba a intentar convencerla para que nos viésemos esa misma noche en la ciudad y así poder invitarla a cenar.
―Estaré un par de días en Chicago, me vendría bien una guía que me enseñe la ciudad ―comencé a decirle, después de estar como cinco minutos dando forma a la idea en mi cabeza. Mi pulso martilleaba tan fuerte contra mi sien que estaba seguro acabaría por estallarme la cabeza de un momento a otro debido a la tensión.
―No sé si es buena idea ―comenzó a decir ella con un tono de voz tembloroso. Mis esperanzas comenzaron a decaer casi tan deprisa como mi decepción, pero no pensaba darme por vencido.
― ¿Qué tal una cena? ―le pregunté intentando otra estrategia.
―Eres un hombre insistente, ¿verdad? ―me preguntó ella mirándome fijamente. Me agradó darme cuenta de que su cara no reflejaba enfado, o molestia. Juraría que hasta se lo estaba pensando.
―Insistente, ese es mi segundo apellido ―le respondí sonriendo, una pequeña broma nunca venía mal para destensar el ambiente.
―Mira Jasper, eres un hombre encantador, y hasta sexy ―empezó a decir ella, pero mi ego más que inflarse, comenzó a desinflarse casi tan deprisa como mis escasas esperanzas.
Pero no la dejé acabar de hablar.
Justo cuando iba a seguir con su particular disculpa mi boca acalló a la suya en un intenso beso que me aventuré a darle sin medir las consecuencias de mis actos, hasta que reaccioné separándome -no sin gran esfuerzo-, de esos labios tan jugosos y cálidos que habían invadido mi boca con la dulzura de su juguetona lengua.
―Lo siento, me he dejado llevar por... ―intenté disculparme, decir algo que pudiese arreglarlo… pero esta vez fue ella la que no me lo permitió atacando mi boca con fiereza.
―Cazador cazado ―pensé mientras me deshacía en suspiros contra sus labios disfrutando de la intensidad de sus besos que sabían a canela y vainilla.
Nos dejamos llevar por la pasión sin tener en cuenta que estábamos en un avión con otros pasajeros y en pleno vuelo. Aprovechando que ella tenía una manta colocada sobre su cuerpo -porque cuando subimos al avión sintió un poco de frío y se la pidió a la azafata-, y que estaba sentada cerca de la ventanilla y eso me daba ventaja para taparla con mi cuerpo; comencé a acariciar su cuerpo bajo la manta introduciendo mi mano temblorosa dentro de su camiseta hasta palpar sus dos perfectos senos que se amoldaban a la palma de mi mano con total perfección, palpando en el camino el encaje de su sujetador y sintiendo la dureza de sus pezones en la yema de mis dedos. Todo ello provocó que mi dureza comenzase a hacerse evidente bajo mis pantalones vaqueros. Ella fue rápida con sus manos y nos cubrió a ambos con la manta mientras palpábamos nuestros cuerpos por debajo.
Sentí como deslizaba la cremallera de mi bragueta abriéndola lo justo para introducir su pequeña, y juguetona mano en ella, y aliviar la tensión de mi miembro que estaba cada vez más dolorido, y excitado. Hacía rato que yo había desplazado la copa de su sujetador hacia abajo dejando sus pechos desnudos a mis manos, pellizcaba con suavidad sus cúspides, duras y turgentes, mientras sentía su mano acariciando mi dureza, y nuestras lenguas buscándose ansiosas dentro de nuestras bocas.
Necesita saber cuán húmeda estaba, sentir como palpitaba su centro con mis caricias, así que bajé mi mano con decisión hacia el cierre abotonado de sus pantalones vaqueros soltando con destreza cada uno de ellos hasta dejar espacio más que suficiente para que mis dedos pudiesen darle placer a su cuerpo.
Cuando mis manos palparon el encaje de sus bragas notando lo mojadas que estaban, sentí una urgente necesidad de montarla sobre mi dureza y hacerle el amor allí mismo sin importar que los demás nos mirasen, me atreví a mover el encaje acariciando la suavidad de sus pliegues húmedos y calientes, cuando mi dedo entró con facilidad dentro de su cuerpo, causando que ella gimiera de placer en mi boca. Fue entonces cuando supe que no podía pasar un minuto más sin poseerla.
―Vamos al baño ―le susurré contra sus labios mientras nuestras lenguas seguían lamiéndose la una a la otra.
― ¿En serio? ―me preguntó ella divertida.
Pero no le respondí, simplemente dejé de acariciarla, obligándola a ella a hacer lo mismo, y sin palabras le pedí que me imitase y comenzase a vestirse, teníamos un fuego que apagar y no estábamos en condiciones de esperar a llegar a tierra firme para hacerlo...
Por un momento temí ante la posibilidad de que ella se negase a acompañarme al aseo -a pesar de que yo demostraba entereza-, era la primera vez que hacía una cosa así y estaba tremendamente nervioso. Aun así ni siquiera vacilé cuando me levanté indicándole a ella que se encontrase conmigo en el baño un minuto después de que yo entrase.
Pero no vaciló, exactamente un minuto después de mi llamó ella con suavidad a la puerta del minúsculo habitáculo… momento en que yo abrí a gran velocidad metiéndola dentro del estrecho lugar conmigo antes de que nadie pudiese darse cuenta de ello.
Nuestras bocas volvieron a encontrarse con ansias, como si llevásemos años sin besarnos, mientras nuestras manos se deshacían de las estorbosas prendas, cada uno de las suyas ya que el espacio era bastante limitado como para jugar a Enredos, con nuestras manos y piernas.
Fue suficiente con despojarnos de nuestras camisetas, y bajar nuestros pantalones y ropa interior a nuestros tobillos, ella apoyada contra el lavabo y yo disfrutando con mi boca del sabor de sus pechos, y del maravilloso sonido de sus jadeos que inundaban el habitáculo quedando aplacados por el ruido del motor del avión.
El exquisito sabor salado de su piel sudorosa provocó que las papilas gustativas de mi lengua se erizasen con cada lengüetazo. Mis manos acariciaban, ávidas de deseo, cada centímetro de su piel expuesta. Necesitaba sentir y probar cada rincón de su cuerpo para convencerme que ella era real, que estaba allí en ese baño conmigo, que su cuerpo era el elixir de mis deseos, de mis sueños...
Mi boca caminó sola, como si conociese a la perfección el camino que formaban las sinuosas curvas de su cuerpo, hacia ese lugar que palpitaba de deseo entre sus piernas, ese que goteaba de deseo el sabroso elixir de su excitación.
Como un borracho que acaba de descubrir el mejor de los caldos, mi boca tomó posesión de su botón de placer mientras mis dedos invadían el interior, cálido y carnoso de su intimidad que se contrajo de placer al sentirme.
Un loco insaciable, un demente dispuesto a no volver a buscar su cordura, un hombre rendido a las virtudes de un cuerpo que se entregaba sin pedir nada a cambio, que se abandonaba al placer, y al que yo llevé directo al paraíso con mi boca y mis manos.
Ninguno hablaba, no eran necesarias las palabras, sus bocas no perdían el tiempo en ese menester porque preferían devorarse, besarse, lamerse y morderse.
Ella me empujó con delicadeza sentándome sobre la tapa cerrada del pequeño váter que se encontraba pegado a ellos. Se agachó con destreza sin molestarse si quiera en vestirse -porque aún no habían acabado- y probó a que sabía mi cuerpo, un cuerpo que acababa de llevar al cielo en brazos.
Mi dureza se perdía con suavidad dentro de su boca que estaba recibiéndome gustosa con su lengua, sus ayudaban a su boca para aumentar mi placer traducido en intensos gemidos por sentirla. Estaba a punto de llegar al mismo lugar donde momentos antes la había llevado, y la única responsable de eso era ella, la mujer que estaba arrodillada a mis pies probando toda la longitud de mi dureza con su boca, y mimando la delicadeza de mis testículos con sus manos.
Pero yo era un caballero e intenté apartarla momentos antes de llegar a mi clímax… ella no me lo permitió, no me deja. Se aferró con más fuerza a mi cuerpo masculino que comenzaba a tensarse esperando mi ansiada liberación, hasta que dejo de luchar y me dejo llevar descargando toda mi pasión dentro de su boca mientras que ella traga en éxtasis mi semilla.
Se escucha una voz nasal por megafonía, que nos recuerda que nos encontrábamos en el aseo de un avión, y que faltan tan solo quince minutos para tomar tierra en el O`Hare International Airport de Chicago.
La miro fijamente, estaba intentando descifrar lo que ella sentía en ese momento, lo que pensaba. Nuestros cuerpos aún no parecen estar conformes con la idea de abandonarse. Sentí que mi miembro se resistía a dejar su posición de altura ablandándose, y Bella lo nota, nota que su cuerpo aún no se rinde a la humedad del deseo...
Ambos saben lo que tienen que hacer, porque ambos lo desean, porque ambos lo necesitan.
Bella se sienta a horcajadas sobre mis piernas dejando que mi dureza la llene por completo, sus caderas saben como mecerse sobre mi montura para llegar al momento máximo de placer, y mis manos saben como acariciar el cuerpo de esa experta amazona que se balancea y tiembla sobre mi miembro, hasta que ambos explotamos en un delicioso orgasmo que nos lleva a olvidar durante unos segundos el lugar donde nos encontrábamos deshaciéndonos en gritos...
De repente la magia desaparece, ahora la realidad nos golpea con cierta vergüenza en el rostro. Nos vestimos en silencio, tampoco sabemos que decir. Primero sale ella del estrecho cubículo donde acabamos de entregarnos. Y yo salgo minutos después, buscando la manera de mantener a esa maravillosa mujer en mi vida...
En apenas unos minutos aterrizamos en el aeropuerto de la ciudad de Chicago. Seguimos sin decir nada, es como si ninguno encontrase las palabras adecuadas. Descendemos del avión directamente por el tubo de pasajeros que nos lleva al interior del aeropuerto, el lugar donde debemos recoger nuestros respectivos equipajes.
En ese momento todo pasa muy deprisa.
Escucho que la azafata me reclama porque me he olvidado mi maletín dentro del avión, así que me giro para recogerlo separándome momentáneamente de Bella que permanecía a mi lado. Pero cuando regreso donde se supone que sigue ella esperándome… Bella ya no está, se ha ido, ha desaparecido.
La busqué desesperado en la zona de recepción de equipaje aunque ahora no era capaz de recordar si llevaba su maleta en la mano o no, no hay ni rastro de ella.
Solo me queda el aroma de su piel impregnado en mi propio cuerpo, y el pequeño pañuelo de seda verde que ella llevaba anudado en el cuello y que olvidó por accidente cuando ambos fueron al aseo del avión a dar rienda suelta a su pasión.

Bueeeeno... aquí tienen la tercera parte ^^ espero les haya gustado! Este Jazz fue un tierno, a pesar de los calores claro ;) jajajaja... Ahora a esperar el desenlace y AVISO que será sumamente lujurioso, depravado y de lo más hot que pueda sacar de mi cabecita.
Como siempre, nos leemos pronto. Besos y cuídense.
*BICHITO Y GUADA*
¿ ¿ ¿ RWS ? ? ?

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