20 de julio de 2013

Una deuda con el destino... Capítulo 9

DISCLAIMER: Los personajes pertenecen al maravilloso mundo de JK Rowling y la historia es de mi autoría.
RATEDMA
PAREJA: HARRY POTTER/JAMES EVANS Y DRACO MALFOY y un ligero y breve Harry/James y OMC (SEBASTIAN... que había olvidado nombrar)
ADVERTENCIAS: Algo de lenguaje adulto, SLASH -ES DECIR RELACIÓN HOMBRE/HOMBRE-, escenas de sexo explícito y MPREG... SI NO TE GUSTA ALGO DE ESTO NO LEAS.
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—Diálogo—
recuerdos/Flashbacks
'pensamientos'
Pársel
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..:: Capítulo 9 ::..

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—¿En verdad lo harás? —preguntó Sebastian con voz completamente rota y dolida sacándolo entonces de su propio ensimismamiento. Su propio entumecimiento de dolor.

'¿Lo haría?' -se preguntó tonta y cansinamente- '¡No tengo opción! ¡Maldita sea! ¡Malditos sean todos!' -gruñó para sí.

Suspiró. Una vez más el destino se encargaba de hacerse presente en su vida.

—Debo hacerlo...

Dos palabras. Dos simples y escuetas palabras que decían y reflejaban tanto. Una extraña mezcla de tristeza, dolor, impotencia y enojo las envolvía. Un enorme torbellino de emociones que sin dudas le eran cada vez más difíciles de controlar.

—¡Vete a la mierda James! ¡¿Y nosotros qué?! ¡¿Qué hay de nosotros a partir de ahora?! ¿Cómo que solo 'debes'...? ¿Y, y...?

—¡Con un demonio Sebastian! ¡No lo entiendes! ¡¿No lo entiendes?! ¡No tienes ni puta idea! ¡A la mierda contigo Sebastian! ¡¿Y yo qué?! ¿Eh? ¿Qué hay de mí? —gritó ya medio fuera de sí, logrando que varios de los muebles temblaran y un jarrón explotara bajo la enorme presión asfixiante de su magia.

—Jamie...

El moreno cayó entonces sobre sus rodillas como un peso muerto para luego tirar su cabeza hacia atrás y soltar un grito de furia y frustración que realmente fue tan escalofriante que terminó por erizar todo el vello corporal del pobre rubio.

—Jamie...

—Lo lamento. Lo siento, lo siento, lo siento, Tian. Lo lamento. No tenía idea... Jamás pensé... yo —suspiró.

—Shhh... Lo sé. Te juro que lo sé. Lo lamento también amor. No puedo. No pude controlarme... Sé que no tenías idea, que no pudiste imaginarte nada de esto pero, por favor, entiéndeme tú también a mí. Por favor. Solo... Es demasiado. De un minuto al otro resulta que MI novio, MI pareja y mejor amigo. Mi compañero por más de un año... él... de pronto se ve OBLIGADO a casarse con alguien que, para colmo de males, al parecer solo le trajo problemas y tristezas. Casarse con alguien... que no soy yo. Con alguien con quien fue enemigo por casi diez años y, ¡enemigos de guerra de entre todas las cosas!

—Malfoy no fue tan activo en la guerra Tian. Él no era más que un mocoso malcriado, un crío que pensó que podía jugar juegos de adul...

—No te atrevas a excusarlo como un niño James ¡Tú eras un niño también! —le siseó Sebastian al moreno que aún estaba arrodillado en el piso delante suyo pero con la mirada ahora fija en el suelo ante él.

—Él...

'¿Qué podía decir?' Ni siquiera entendía porqué estaba haciendo el intento de defenderlo. No quería preguntárselo tampoco. Exhalando lentamente y aún sin atreverse a mirar a su pareja, él solo se quedó allí... tan roto como nunca se creyó capaz de sentir.

—Jamie... por favor —dijo el rubio impaciente—. No lo hagas. No loo defiendas. No-le-creas. Te conozco ¡Joder que sí lo hago! Siempre queriendo ver lo bueno en todo y todos y, sé que hasta te duele cuando no lo encuentras. Por favor James, Harry, no te permitas olvidar tan fácilmente esta vez. No OLVIDES. No olvides la guerra, lo que pasó después, allí; como estuviste aquí... No me olvides a mí... —terminó susurrando tan bajo que apenas superaba un suspiro mientras se acercaba caminando lentamente a su lado y abrazaba la morena cabeza contra su cintura para luego dejarse resbalar contra su cuerpo hasta que sus brazos quedaron enlazados en su cuello y la frente contra la suya propia con los ojos cerrados, sintiendo en su piel cada inspiración y exhalación de la manera más íntima posible.

Sebastian se sentía fatal. Le había costado tanto que James finalmente confiara en él. Le había costado tanto el llegar a tener algo con 'futuro' con el terco moreno... y ahora, esto, esto lo destruiría todo.

Mierda que dolía.

Lo amaba. Lo amaba de manera ciega e irracional como nunca hubiera pensado en amar a nadie. Lo amaba más que a nada ni a nadie... Y tenía miedo. Estaba aterrado y casi petrificado de miedo. Miedo a no saber que 'SER' de ahora en más sin él. Miedo a perderlo de todas las maneras en que ahora sabía lo tenía.

No estaba listo. Para nada. Bien sabía que ciertamente él nunca estaría listo pero, no, en ese momento menos que nunca. No estaba listo para dejarlo partir sin luchar. No IBA a hacerlo.

—Yo estaré para ti Jamie —dijo entonces en otro bajo pero a la vez resonante susurro contra los muy enredados y rebeldes cabellos negros—. SIEMPRE estaré aquí para ti.

—¿Qué...?

—Te amo... te amo demasiado y... no puedo. No puedo perderte. No así. No nunca.

—Sebastian, no...

—No James. No te atrevas a pedirme que me aleje porque no lo haré. No lo haré. No puedo —sollozó— ¡No lo haré! ¡Maldito estúpido idiota! ¡Te amo! ¡Te amo y esto me está destrozando! —gritó antes de soltar un gemido que sonaba como un animal herido—... No quiero perderte... No puedo... Puedo con el resto, sé que puedo... pero no con eso... Por favor...

Brazos fuertes y cálidos se envolvieron entorno a él.

—Oh Tian... Shhh...

Harry pasó más de una hora meciendo y arrullando a un muy quebrado Sebastian. Tratando de darle un consuelo y un confort que ciertamente no podía llegar a sentir. Tratando de que, poco a poco, entendiera que probablemente lo mejor sería que se alejase completamente de él para evitar sufrir aún más.

No hubo caso.

Tras el llanto llegó la clama, esa calma engañosa y ambigua que se sabe precede siempre a la tempestad.

Y con esa clama llegaron también varias largas horas de charla.

Charla en la que ambos pusieron todas las cartas sobre la mesa, donde sabían que de ahora en más todas las jugadas serían compartidas y donde las apuestas sin dudas serían muy elevadas y las pérdidas quizás demasiado altas... pero también las ganancias.

Charla donde cada uno pudo exponer en propias dolidas palabras lo que quería y quizás, más o menos, esperaba... y, donde ambos, tozudamente, dijeron al otro su opinión sobre su futura relación.

Harry por supuesto que quería terminar todo de una vez para liberar a Sebastian de toda aquella locura tortuosa de la que él mismo quisiera escapar. Quería solo resignarse a aceptar aquello y desaparecer de la vida del rubio -al menos físicamente... o quizás totalmente- aunque fuera un tiempo para que este pudiera tener la oportunidad de conocer a alguien que le pudiera dar todo lo que este realmente merecía sino más.

Sebastian por su lado sentía como lava ardiente correr por sus venas cada vez que el moreno le metía una excusa o razón más. Y así se lo dijo.

Él estaba dispuesto a seguir junto a él de la manera que fuese. Y si... si tenía que ser su... amante -y vaya que le dolía aceptar referirse a sí mismo con tal término-, lo sería. Y lo sería solo porque sabía que el moreno no había pedido aquello. Que no quería aquello. Que no lo pidió y que, una vez más, se hallaba completamente solo regresando a un mundo que resentía y por momentos hasta odiaba. Un mundo que lo había vanagloriado y repudiado, que lo había atacado y condenado.

Lo sería porque lo amaba, y porque no quería -ni podía- alejarse ya de su lado.

Sebastian no era para nada tonto y todo quien lo conociera podría decirlo. Él sabía muy bien como se manejaban aún hoy en día muchos matrimonios arreglados en los altos círculos de la alta sociedad de todo el mundo y que, si estos no diferían mucho del mundo mágico, él podría con ello. Tenía que poder con ello. Su mente traicionera volando lejos al imaginar demás.

Largas, largas y tediosas horas de debates y consuelos. Largas charlas que aliviaban apenas un poco los corazones sobrecargados de emociones confusas.

Charlas de un embarazo masculino que, por otra parte, era demasiado jodidamente extraño para ambos así que, así, de común acuerdo tácito, dejaron todo eso de lado... por el momento, o al mmenos hasta que el propio moreno supiese más al respecto. Fue bastante bizarro la verdad sea dicha. Todo lo fue en cierta forma.

Y, al terminar de charlar, quizás no todo estuviera resuelto, quizás no todo estuviera 'bien', quizás incluso no terminase ayudando en nada, pero, el saber que el otro 'estaba', que aún seguían el uno junto al otro daba una especie de fino y algo quebradizo consuelo.

Esa noche no hicieron el amor. No tuvieron sexo tampoco. No hizo falta.

Aquella noche lo que ambos hombres dolidos y confundidos necesitaban no eran de forma alguna agarres y mordidas, gemidos y sudores, pasión y lujuria. No. Esa noche lo único que necesitaban con urgencia inmediata era lo que en ese momento se regalaban a raudales; palabras sinceras y caricias tiernas, el contacto sólido de un cuerpo que les anclara a la cruda realidad compartida. Promesas y hechos. Amor y cariño... Y sobre todo, el respeto a quien se ama por quien es por el simple hecho de lo que da sin censuras ni demandas. Esa noche fue la demostración de un amor que no poseía calificativos banales como compañero, amigo, novio o pareja, no se podría por el simple hecho de que ellos eran todo eso y más para el otro. Eran el consuelo y el aliento, el apoyo y la seguridad. Eran tantas cosas... Y el rubio lo sabía... sabía con una seguridad que le asustaba que su Jamie siempre estaría en su vida... solo que, en estos momentos en los que aún saboreaba el principio de un todo, no se hallaba para nada preparado para dejar de luchar. Aún aunque una molesta pequeña fracción de su mente insistía en decirle que nunca podría perder lo que nunca tuvo en verdad. Una molesta vocecilla que fue acallada de inmediato como siempre que quería salir a relucir.

Harry, por el contrario, recordaba. Como un impulso -y tras el consejo/pedido/ruego de su rubio-, decidió aquellos fragmentos más importantes de su vida año por año desde que tuviera pleno uso de razón.

Cruel realidad fue sentida cuando notó que, a pesar de tener buenos momentos, su vida entera había estado realmente plagada de de eventos que opacaban a estos con desgracias de las más variadas. Nunca una paz o felicidad plena. Nunca una sensación de arraigo o pertenencia. Siempre solo y excluido -ya fuera a conciencia o no-, siempre era igual.

Desde los retos y desplantes de sus tíos y primo -los castigos, el aislamiento, la evidente desvalorización y los encierros-. A aquel trato casi reverencial, tímido y muchas veces hasta temeroso en el que se lo vanagloriaba, fuese bueno o malo, por algo en lo que ciertamente nunca quiso adrede o siquiera entendió. Excluido por pensar erróneamente que él era más y mejor cuando él solo era, y QUERÍA ser, un chico más del montón. Un chico normal.

Después vino el auto aislamiento global que se impuso en un tiempo para no estrechar más relaciones con nadie, para, a la larga, no sufrir más. No más después de lo de Sirius. Siempre intentando llenar expectativas demasiado malditamente elevadas para sus pocos cortos años. Siempre presionado a ser más, dar más; por todo y por todos de una forma u otra. Intentando así encajar en un mundo que cada vez y tras cada esfuerzo lo desilusionaba aún más. Y, cuando finalmente comenzó a olvidar y a pensar que por fin, por fin podría vivir algo muy parecido a una vida 'normal'... de pronto se veía arrinconado a aceptar más exigencias, más pedidos... y mucho más solo y perdido.

'Un costo demasiado alto' -se dijo meditabundo mientras acariciaba las sedosas cerdas rubio miel de su apuesto francés.

Y por último, su año viajando. El libre albedrío.

Año que fue, extrañamente, el año con mayor recuerdos agradables hasta entonces. La sensación de conocerse y descubrirse o redescubrirse en planos para todos tan 'normales' y que él nunca pudo prestarles atención debido a la ironía de que su vida nunca había sido tal cosa.

La fantástica e incrédula sensación de tener completa libertad para tomar las riendas de su propia desastrosa vida y sentir que cada decisión era solo por y para él.

Sin dudas a pesar de la tangible y casi literal soledad, ese año había resultado ser uno de los mejores...

Y, como si eso fuera poco, su regreso al mundo muggle. El tener que encausar su vida casi desde cero y planear un futuro para el cual se había mentalmente preparado a no tener. Conocer gente. Esforzarse por ser alguien sin nombre o fama detrás, sin nada más que él y sus logros -por pequeños que fueran-. Para luego, repentinamente, saberse querido... SENTIRSE querido, por él. Solo por ser él. Sebastian. Aquel que le regaló y provocó risas y sonrisas. Aquel que sanó más de una herida sin tan siquiera proponérselo o saberlo. Aquel que llenó tantos huecos y carencias de tantas formas diferentes que se le hacía imposible de definir o separar.

Sí, sin lugar a dudas los últimos años habían sido por lejos lo mejor de su vida. Aún más en el último.

Lucharía.

Por Merlín que lo haría.

No había perdido tanto. No había vencido a Voldemort para ahora venir a sentirse tan derrotado por los malditos Malfoy's. No.

Su rubio tenía razón. Ya no era ese chiquillo crédulo. Ya estaba harto de ser aquel estúpido Griffindor honorable y muchas veces por demás patético y demás.

No olvidaría.

No DEBÍA olvidar.

Y tampoco perdería.

Podía ser cierto que con el pago de la deuda estaba total y absolutamente agarrado de las pelotas pero... no por nada el sombrero seleccionador había querido e insistido en ponerlo en la afamada casa de las serpientes. Él era, después de todo, un Slytherin. Y, el hecho de que nadie lo supiera; el hecho de que, una vez más lo hubieran subestimado, sería su ganancia al momento de buscarle la vuelta al acuerdo y que trabajase a su favor.

No. Se negaba rotundamente a perder la paz y tranquilidad que tanto le había costado conseguir. No perdería a Sebastian. No perdería y punto.

Él tenía una deuda y un pago a saldar. Bien. Lo aceptaría. Lo había hecho. Genial... Pero había alguien que también le debía un pago... y por Merlín que lo reclamaría si lo empujaban demasiado.

No, sin dudas no debía olvidar.

No debía olvidar que de ahora en más hablaría y trataría con serpientes. No debía olvidar que, de ahora en más, jugaría en su juego... SU juego. Sí, sería suyo... pero las reglas eran otro cantar.

Así, lo más posiblemente satisfecho que pudiera llegar a estar entonces consigo mismo tras haber logrado una muy relativa y fría calma sobre el asunto, fue que se dejó arrastrar a las profundidades de una muy bienvenida inconsciencia.

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