10 de mayo de 2012

El infierno tras su mirada... Capítulo 3


EL INFIERNO TRAS SU MIRADA

CAPÍTULO 3

DISCLAIMER: Los personajes pertenecen a S. Meyer y la historia es de mi autoría.

AVISOS PREVIOS: Escenas explícitas de; Violencia, violación, lenguaje adulto, perversión, maltratos… y derivados.

N/A: Este fic será oscuro y verdaderamente crudo. Para mí es simplemente es una historia más de las que rondan en mi cabeza, pero si a alguien le afecta en mayor medida todo lo anteriormente mencionado le aconsejo que se retire antes de siquiera comenzar. AVISO porque NO quiero RECLAMOS ¿OK?

***

¿Conocen esa sensación en la que se sabe que la vida de uno dará un cambio radical, un cambio que uno no está precisamente seguro de si le agradará, pero, así y todo no es capaz de hacer absolutamente nada por evitarlo?
Bien.
En aquellos momentos eso era cuanto le ocurría a la pequeña Isabella, ella lo sabía, su interior se lo decía; su cuerpo vibraba fuera de control al saber que era como un tren que no  podía desviarse de su riel.
Su vida. Su mísera y patética vida siempre se hallaba bajo los hilos de alguien más, siempre bajo las órdenes y deseos de otro… ¿Por qué?
¿Cómo una pregunta tan corta y pequeña podía significar tanto? ¿Cómo seis casi insignificantes letras podían encerrar tantas respuestas oscuras? Porque, por más que la pregunta fuera hecha una y otra vez en la mente de la joven, nada ni nadie le ofrecían esas respuestas que contradictoriamente deseaba y recelaba.
¿Por qué?... preguntaba resignada, hastiada… triste.
Una vez que escuchó la orden de aquel hombre, esa orden que ni siquiera el mismo y cruel Cayo contradecía, todo lo que siguió a continuación fue una exasperante obediencia silenciosa.
Lo primero que pensó Bella al ver a aquel hombre fue que él no coincidía con el estilo de larva que visitaba comúnmente ese lugar. Y, al menos en eso no le erró.
Sorprendentemente aquel hombre de extraños cabellos dorados era el hermano mayor de hasta ese entonces su peor pesadilla, aquel que la había enterrado en aquel sórdido y cruel mundo. Carslile y Cayo, hermanos, sangre de sangre… increíble, en verdad que lo era, pero al parecer también condenadamente cierto.
Pero, Isabella era realista, en aquella vida vivida uno debía de serlo.
Si ella había tenido terror a Cayo desde el instante e que lo conoció y éste a su vez tenía miedo y respeto a Carslile entonces… ¿Dónde la dejaba eso a ella?
La respuesta era más fácil e inevitable de lo que nunca pensó. Y estaba aterrada de ella.
Aquel puterío barato tan decadente, triste, bizarro y varios calificativos de baja calaña más, era eso, simplemente eso… pero era conocido. Ese mundo le era ya familiar después de cuatro años y ahora… Ahora en verdad tenía miedo de lo que esperar. Estaba a ciegas.
Nada, absolutamente nada de lo que había escuchado entre ellos le había dado algún mínimo indicio de lo que sería de ella de ahora en adelante. Y eso era lo peor.
La incertidumbre.
Ellos tenían la ventaja, el poder del saber… Y ella, en aquellos momentos era tan solo otra rata asustada del montón.
Nunca nada era simple para ella y, una vez más la pregunta torturadora se presentaba con una fuerza aplastante en su mente… ¿Por qué?
.
.
Tras ser despedidas como las siervas que eran las dos jóvenes infantes fueron enviadas a sus respectivos ‘cuartos’ ella a por sus cosas, tan solo las más esenciales y Jane tan solo por un equipo de viaje –o lo que fuera que necesitara o creyese necesitar por dos días.
¿Está demás decir que nadie reparó en el llanto ahogado de la niña? ¿No verdad? No. Ni siquiera Isabella pudo. Ella no podía lidiar con la mierda ajena. No en aquellos momentos. No cuando todo se tambaleaba a su alrededor.
¿Tendría algo con lo que cortarse las venas? –pensó en un segundo de esquiva lucidez.
La sobredosis quedaba descartada. No funcionaría. Ya lo había intentado. La última vez que lo hizo fue encontrada a los pocos segundos y Cayo se encargó rápidamente de patear su pobre y esquelético estómago hasta que no quedó absolutamente nada dentro de él. Y no era algo que ella quisiera volver a experimentar claro está, pero… Cortarse… bien hecho… eso sería más fácil, más efectivo.
Vagamente se preguntó por qué no lo había pensado antes. No importaba.
.
.
No pudo hacerlo.
No por falta de ganas. No por falta de instrumentos. Sí por falta de tiempo.
En el grandioso instante en el que sus temblorosas manos al fin encontraron una vieja y relativamente oxidada tijera entre los utensillos que se usaban generalmente para el cabello una Victoria seriamente enfurecida atravesó el cuarto como un vendaval para terminar cruzándole la cara con su puño en cuanto llegó frente a ella.
La perra de Victoria nunca se andaba con medias tintas… y le gustaba particularmente pegarle Isabella ya lo sabía, la misma Victoria se lo había dicho hacía ya mucho.
―Eres una maldita inservible.
Le agarró los pelos, tironeándolos. Dolor.
―… Por tu culpa Cayo está como un loco conmigo…
La zarandeó dándole cachetadas hasta que su mente, débil, comenzó a marearse.
―… Pero de ésta no te salvas perra infeliz…
Isabella perdió fuerzas y soltó la tijera que aun llevaba apretada en su mano. Su vieja salvación.
Victoria la vio.
―Sí. Esto me servirá ―le dijo la pelirroja tomándola del piso de manera que quedara bien abierta en su mano, ante ella―. Voy a tajearte la cara hasta que no te reconozcas ni tú. Eres una maldita mocosa inservible y encima me tienes que venir a joder con tu sola existencia ―gritó esta llena de furia rabiosa.
La desgastada punta comenzó a hundirse en el extremo inferior de su ojo derecho, bajando hacia la mejilla con inquietante lentitud. Apretándose más y más conforme descendía.
Isabella solo estaba allí, esperando. No importaba si le tajeara o no la cara, el cuerpo; lo único que quería la joven marchita era que todo acabase ya. Que terminase con ella o que se aburriese para así al fin poder tomar de una vez su tesoro -que en este momento apretaba cerca de la quijada- y clavárselas con fuerza sobre sus débiles y pequeñas sobresalientes venas de sus muñecas… o quizás del cuello, no lo había decidido aún y en realidad tampoco lo haría, lo único importante allí era que fuera rápido y efectivo, nada más.
Entonces, justo cuando sintió como la carne finalmente comenzaba a ceder bajo la presión del escaso filo del elemento algo sucedió.
Algo que increíblemente, la sorprendió –una sensación que hacía ya años que no experimentaba.
Victoria salió volando en cuestión de segundos para terminar cayendo sobre el fierro que hacía de perchero para los viejos y horribles trajes con un estrepitoso ruido.
Aquel hombre de cabellos de oro se hallaba allí, de pie, delante de ella… resoplando como un toro tras embestir al enemigo y con una mirada de muerte que de tan solo verla helaba la sangre.
Nadie se movió por unos cuantos y eternos segundos.
Nadie respiró siquiera.
Ni siquiera Victoria quien tras caer allí se veía ligeramente aturdida. Aunque luego del aturdimiento inicial por el shock su rostro desencajado reflejó el miedo que comenzaba a invadirla. Su cuerpo desmadejado era una mancha de colores horribles contrastando con el blanco sucio del piso en el que se hallaba.
No. Nadie se atrevía…
… Y menos aun cuando, en un muy ágil movimiento un brillo blanco azulado destelló con fulgor desde la mano grande y masculina.
Una navaja.
Una hermosa y muy afilada navaja con un impecable mango que parecía ser de un hermoso marfil tallado.
El tiempo se detuvo. El aire se condensó… Y los cuerpos allí presentes, temblaron; todos menos uno. Todos menos él.
― ¿Victoria verdad? ―la susodicha asintió dudosa― Acabas de enterarte que esta niña ahora me pertenece de hoy en adelante. Acabas de enterarte como de enojado está Cayo conmigo por haberme hablado de ella y, hasta cierto punto creo que debiera agradecerte el haberlo hecho ―dijo sonriente mientras que Isabella regresaba de aquel lugar remoto y desconectado de su mente para mirar y escuchar confundida aquella extraña escena.
Él caminó hacia ella con paso pausado y elegante. Un garbo natural en su esencia.
―pero…. Así como te pude haber estado agradecido hace unos cuantos segundos, ahora la verdad es que estoy bastante enojado contigo ―añadió sacudiendo su cabeza.
Ella tembló.
Fue visible.
Evidente.
El miedo reflejado en toda su cara.
― ¿Eres una pequeña perra envidiosa verdad? ―susurró para luego echarse a reír con ese tipo de risa que hace que a cualquiera se le erice cada vello del cuerpo―. En realidad eso no me importa ¿sabes?, lo que en real…
― ¡¿Qué demonios sucede aquí Carslile?! ―gritó Cayo desde la puerta mirando absolutamente todo. Cada cosa, detalle, persona observada con extrema atención. Intentando entender todo antes que alguien lo dijera.
Ventajas.
Victoria temblando tirada en el piso.
Carslile con aquella preciosa navaja, regalo de su padre, regalo que este usaba para dejar ‘regalos’ a su vez.
E Isabella, la maldita mocosa que ya no podría follar ni entrenar a su gusto. La maldita niña que ahora miraba estática hacia las personas ante ella. Claramente asustada como un cervatillo frente a un cazador, mirando con incomprensión.
―Silencio Cayo… ―susurró el otro―… Sabes que no me gustan las interrupciones.
―Pero…
― ¡Silencio! ―gritó entonces taladrándolo con la mirada durante unos eternos segundos― Silencio… Shhh…

4 comentarios:

  1. Ohohohoh este infierno parece de lo más brutal, y, aunque reconozco que ando algo perdida en este fic, me quedaré cómo observadora para ver por dónde andan los tiros...

    Continuemos en el mundo oscuro...

    Besitos

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  2. espeluznante este capitulo con razon la advertencia ,pero si me encanto.

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  3. pobre Bella, lo que le espera ¿será peor de lo que ya a vivido?, al parecer si

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  4. omg pobre bella de verdad que tengo un miedo atroz de lo que le pueda pasar ahora aunque la verdad no se ni que pensar de lo que va a ser su vida ahora espero que las cosas mejoren para ella

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